Entre los ejemplos mejor conocidos de enfermedades que han cambiado su historia natural a lo largo del tiempo están la sífilis, la lepra y la tuberculosis. En el caso de la sífilis, las modificaciones han sido dramáticas y han afectado tanto su historia natural como su morbilidad, ya que lo que aparentemente se inició como una epidemia universal de un padecimiento agudo y muy grave se ha ido transformando, en el curso de cuatro siglos, en una enfermedad de mucha menor frecuencia, crónica y de menor gravedad, sobre todo cuando se compara con la inicial. La lepra ha ido disminuyendo su frecuencia, sobre todo en Europa, donde al principio de la Era Cristiana y durante casi toda la Edad Media representó el papel de enfermedad-castigo por excelencia. La tuberculosis a soló a la humanidad durante siglos y aún no ha dejado de hacerlo, pero su morbilidad empezó a disminuir a fines del siglo XVIII en algunos países europeos como Inglaterra, Alemania y Francia, y un poco después en Italia, Austria y los países nórdicos. Esta disminución progresiva en la frecuencia de la tuberculosis no ha ocurrido en los países del tercer mundo, donde la enfermedad es todavía una de las principales causas de muerte; entre nuestros pobres y desnutridos quedan todavía muchas Damas de las Camelias y algún Hans Castorps.
Otras dos enfermedades que también han modificado su frecuencia, pero no en una escala de tiempo medida en miles o cientos de años, sino en lo que va de este siglo o hasta menos, son dos tipos de cáncer de muy elevada letalidad: el cáncer del pulmón, que a partir de la primera guerra mundial ha ido adquiriendo progresivamente el carácter de una epidemia mundial, que afecta tanto a hombres como a mujeres, y el cáncer del estómago, cuya frecuencia ha ido disminuyendo en ciertos países del hemisferio occidental. La bien conocida controversia sobre el origen de la sífilis aún no ha sido resuelta: un grupo de investigadores piensa que la sífilis es de origen americano y que fueron los marinos españoles de Cristóbal Colón los que la llevaron a Europa, cuando regresaron a España en 1493; otro grupo de investigadores afirma que la sífilis ya estaba presente en Europa desde mucho antes de que Colón hiciera sus famosos viajes. Los argumentos principales de los dos bandos son los siguientes:
Teoría americana
No hay descripciones de ninguna enfermedad que pueda confundirse con la sífilis en la literatura médica anterior a 1494. La gravedad del padecimiento y la rapidez con que se generalizó en toda Europa (en menos de dos años ya había llegado a Rusia) sugiere que la población afectada no había tenido contacto previo con la enfermedad.
Estudios paleopatológicos en esqueletos americanos precolombinos han revelado la existencia de numerosos casos de lesiones muy sugestivas de sífilis, mientras que esqueletos europeos precolombinos (que se remontan hasta los tiempos de las dinastías faraónicas en Egipto) no han producido ninguna lesión convincente y muy escasas sospechosas.
Teoría europea
Existen numerosas descripciones de lo que puede interpretarse como sífilis en antiguos textos romanos y griegos, pero agrupadas bajo el término genérico de "lepra". En los siglos XIII y XIV hay varias referencias a lo que se llama "lepra venérea" y poco tiempo después se habla de "lepra congénita". Como la lepra no se contagia sexualmente ni se transmite en forma congénita, probablemente se trata de sífilis.
Desde hace milenios los árabes han usado fomentos e inhalaciones de mercurio para el tratamiento de la "lepra"; los cruzados de los siglos XII y XIII regresaron de la Tierra Santa trayendo "ungüento sarraceno" con mercurio para tratar a sus "leprosos". El mercurio no tiene ningún efecto contra la lepra real pero se ha usado en el manejo de la sífilis.La "epidemia" de sífilis iniciada en 1493 debe haber incluido otras enfermedades, ya que entre los síntomas se describen fiebre, sudoración, diarrea, ictericia y progresión rápida al coma y a la muerte, lo que no es característico de sífilis sino de otras enfermedades infecciosas epidémicas como cólera, tifo, tifoidea, hepatitis, etcétera.
Tradicionalmente se señala que la sífilis estalló durante el "sitio" de Nápoles en el ejército de Carlos VIII, rey de Francia. Este joven monarca (tenía entonces 25 años de edad) soñaba con sentarse en el trono de los antiguos emperadores bizantinos, para lo que planeó invadir Italia, conquistar el reino de Nápoles, de ahí pasar a Turquía, arrebatarle Constantinopla a los turcos y coronarse Emperador del Oriente. Durante un año estuvo juntando un ejército de mercenarios de toda Europa: franceses, alemanes, húngaros, polacos, portugueses y hasta españoles, algunos (se dice) recién regresados del Nuevo Mundo. Este ejército de 30 000 hombres entró en Italia y marchó sin oposición hasta Nápoles. El famoso anatomista Falopio, cuyo padre estaba en Nápoles durante el episodio, escribió que los defensores: ". . . finalmente expulsaron con violencia de la ciudad a todas las mujeres y a las prostitutas, especialmente a las más bellas y que sabían se encontraban sufriendo la enfermedad, con el pretexto de que se les había terminado la comida. Y los franceses, llenos de compasión y cautivados por su belleza, les dieron alojamiento. .."
Como el rey de Nápoles había huido de la ciudad antes de que llegara el ejército francés, la ciudad cayó pronto y Carlos VIII fue coronado rey de Nápoles, Sicilia y Jerusalén con toda pompa y circunstancia. Pero su gusto y el de su ejército duró muy poco, pues alarmados por la conquista de Nápoles el papa, el rey de España, el emperador de Alemania y el dogo de Venecia habían formado una liga y amenazaban con ir a expulsar a los "franceses" de Italia. Carlos VIII se puso al frente de su ejército y se retiró a toda prisa, perdiendo en el camino a la mayoría de sus mercenarios, que se desbandaron por toda Europa, diseminando el entonces llamado "mal napolitano", según los franceses, y "mal francés", según el resto de los europeos.
No fue sino en 1530 cuando Fracastoro publicó su celebrado poema sobre Sífilis, el pastor sacrílego, que la enfermedad adquirió su nombre actual. Existen varias descripciones contemporáneas del padecimiento, cuya forma de contagio pronto se hizo aparente: además del chancro de inoculación, el paciente tenía fiebre, malestar general, erupciones cutáneas más aparentes en el tórax y en la cara, y en pocas semanas le aparecían úlceras nodulares en distintas partes del cuerpo que no cicatrizaban con ningún tratamiento. Un síntoma muy constante eran los dolores óseos, intensos y constantes, que empeoraban de noche e impedían dormir a los enfermos. En 1496, la ciudad de Núremberg imprimió una serie de advertencias y consejos sobre la enfermedad, escritos en verso por Theodorus Ulsenius, el médico de esa ciudad; este documento tiene la primera ilustración conocida de las lesiones ulcerosas de la piel en la sífilis de esa época, hecha nada menos que por Alberto Durero.
La desbandada del ejército de Carlos VIII no fue el único factor responsable de la epidemia europea de sífilis de fines del siglo XV. En 1490 Inocencio VIII y otra vez en 1505 Julio II abolieron todos los asilos para leprosos de la Orden de San Lázaro, con lo que muchos pacientes que no tenían lepra sino sífilis se repartieron por toda Europa; además, el 30 de marzo de 1492 los Reyes Católicos expulsaron a los judíos de España, lo que provocó una diáspora más de este pueblo, con movimientos de aproximadamente 400 000 personas que pasaron a otros países.
Pero quizá el factor más importante en la rapidez con que se difundió la sífilis fue la gran relajación en las costumbres sexuales de ese tiempo. Reyes, nobles y altas autoridades eclesiásticas ponían el ejemplo y el pueblo lo seguía. Francisco I de Francia fue contagiado de sífilis por su amante, "la bella Ferroniére", quien a su vez había sido contagiada por su marido, quien había adquirido la enfermedad a propósito, para vengarse de esa original manera de los amantes; de acuerdo con la historia, el marido engañado se curó de la sífilis, mientras que "la bella Ferroniére" y Francisco I murieron de ella, este último después de muchos años de intensos sufrimientos.
El obispo de Langres, Guillaume de Poitiers, tenía cuatro hijos que no sólo reconocía públicamente sino que solicitó al rey que los legitimara; lo mismo hizo su hermano, quien era obispo de Troyes, con su propia y numerosa prole. En Alemania los campesinos exigían que todo nuevo sacerdote que llegara a encargarse de una iglesia trajera a su concubina, para que sus esposas estuvieran seguras. Cornelio Agripa señala: "En nuestros tiempos el papa Sixto construyó una magnífica casa de prostitución en Roma, donde cada mujer debe pagarle seis centavos semanales, lo que le produce anualmente unos 20 000 ducados." Éste es el mismo papa que construyó la Capilla Sixtina, probablemente financiada con algunos de esos ducados; si las cifras de Agripa son correctas, el papa debe haber estado cobrando impuestos a unas 10000 mujeres. Las prostitutas de París se organizaron en una asociación o colegio y se pusieron (obviamente) bajo la protección de santa María Magdalena.
Los baños públicos, tan populares entre los romanos y que habían sido destruidos o clausurados por los cristianos, no porque objetaran el baño en sí sino por la inmoralidad que promovían, habían vuelto a ponerse de moda y al final del siglo XV florecieron con extraordinario vigor . Como en la Roma imperial, damas y caballeros asistían a estos baños y los compartían, reviviendo también muchos de los vicios romanos. Erasmo de Rotterdam se refiere a estas costumbres cuando dice: "Hace 25 años nada era tan favorecido por la gente como los baños públicos que ahora se encuentran sin calentar y vacíos, porque la nueva enfermedad de la piel nos enseña a que nos abstengamos de usarlos."
Al principio de la epidemia, los sacerdotes proclamaron que era un castigo divino que venía a los pecadores, los astrólogos dijeron que se debía a la confluencia de algunos astros, como Saturno y Marte, mientras que los médicos no supieron qué decir; sin embargo, cuando el modo de transmisión de la enfermedad quedó claro, un devoto médico español llamado Juan Almenar escribió que realmente había dos formas de contraer sífilis: la habitual, que afectaba a toda la población excepto a los sacerdotes, y una forma de corrupción peculiar en el aire, a la que estos últimos eran susceptibles. Esta explicación era necesaria dada la gran frecuencia con que la sífilis afectaba a los miembros de la Santa Iglesia.
Una de las descripciones más completas de la sífilis y su tratamiento a principios del siglo XVI fue hecha por Ulrich von Hutten, quien la padeció y aparentemente murió de ella a los 35 años de edad. Otra vez las úlceras cutáneas fueron parte prominente del padecimiento, para las que von Hutten usaba jugo de limón; el guayaco se tomaba en forma de infusión y el paciente se encerraba en una habitación caliente todos los días, a sudar durante tres o cuatro horas. El enfermo sólo podía hacer dos comidas durante el día, cada una representada por una rebanada de pan sin sal y unas cuantas pasas; este tratamiento duraba 40 días y no estaba exento de peligro, ya que según von Hutten no eran pocos los enfermos que morían por su causa.
Una vez que toda Europa estuvo contaminada (Henschen señala que en París la tercera parte de los habitantes tenían sífilis) la gravedad del padecimiento empezó a cambiar: la fiebre se hizo menos intensa, las úlceras cutáneas menos frecuentes y los dolores nocturnos más tolerables; además, cada vez menos gentes parecían morir a causa del "mal francés". En las cortes de Francia, España e Inglaterra, entre los aristócratas y altos dignatarios eclesiásticos, se consideraba como de mal gusto no haber adquirido la nueva enfermedad "galante"; según Erasmo, un noble aún no sifilítico era ignobilis et rusticanus. La sífilis era garantía de que su portador era capaz de las aventuras amorosas consideradas como parte del arte de buen vivir a mediados del siglo XVI y todo el siglo XVII. Sólo con la Revolución francesa y el triunfo de la burguesía la sífilis se transformó en una enfermedad "secreta"; para entonces ya podía serlo, pues sus manifestaciones habían perdido casi todo su carácter agudo y espectacular y podían ocultarse fácilmente.
Ruy Pérez Tamayo