El empleo de pociones soporíficas como substituto para la anestesia se remonta a la más remota antigüedad. Según queda simbolizado en el Génesis: "Y el Señor hizo que un profundo sueño cayera sobre Adán, y Adán durmió: y entonces le quitó una de sus costillas, y cerró la carne que como resultado había quedado abierta". Eran conocidos de los orientales y de los griegos desde el efecto tranquilizador del nepente egipcio de la Odisea, que Helena pone en el vino de Telémaco, hasta el samme da shinta del Talmud, el bhang de las Mil y Una Noches, "las gotas de sueño" del tiempo de Shakespeare, las virtudes soporíficas del opio, del cáñamo indio (Cannabís indica), de la mandrágora (Atropa mandrágora) del beleño (Hyoscyamus), de la datura (Datura stramonium), de la cicuta (Conium), y de la lechuga (Lactucarium). En los siglos XIII y XIV la mez¬cla de algunos de estos ingredientes (oleum de lateribus) era formalmente recomendado para la anestesia quirúrgica por los maestros medievales de la medicina en la forma de la spongia somnífera. También era conocido el empleo de antisépticos naturales tales como la extrema sequedad, el humo (creosota), la miel, el nitro, y el vino, cosas que eran comunes al hombre primitivo. En la búsqueda de los "paraísos artificiales" por medio de narcóticos e intoxicantes tales como el alcohol, el opio, el haxix, o el mezcal, la prioridad indudablemente corresponde al hombre primitivo, a quien le debemos también lujos tales como el té, el café, el cacao y el tabaco. La medicina le debe muchas de sus innovaciones al hombre que no se ha dedicado a la medicina.
Historia de la Medicina